El cuerpo del radioarte: fisonomías
F. Tito Rivas
Ponencia presentada
en la mesa Radioarte: sonido y cuerpo, durante la 10 Bienal Internacional de Radio.
Teatro Nacional
de las Artes, Centro Nacional de las Artes, Ciudad de México, Octubre 10, 2014.
I. Radioarte: entre cuerpos y hegemonías
Muchas
gracias a mis compañeros de mesa y a los organizadores de este espacio
magnífico que es la Bienal de Radio, muy importante desde sus inicios, y cuya
fuerza se sigue proyectando para agrupar y establecer nexos de comunicación
entre todos los que amamos el lenguaje de la radio.
Comenzaría
sumándome un poco a la introducción que planteó Emiliano López Rascón, con esta
idea de pensar que hay algo así como un cuerpo
de la radio, y a la que hay que añadir también la de que habría un cuerpo que integramos los que escuchamos
la radio.
¿Cómo
sería ese cuerpo, el cuerpo de nuestra radio hoy? ¿cuál sería el cuadro de sus
constituciones, de sus comportamientos, de sus procesos de deglución y de
descomposición? ¿Y cuál sería el diagnóstico de ese otro cuerpo menor, a veces
apenas visible -audible, habría que decir- que es el cuerpo del radioarte? ¿Es
un cuerpo saludable? ¿es un cuerpo que está energizado o es más bien un cuerpo
frágil o débil, un cuerpo dividido, esquizofonizado?
¿qué síntomas presenta y cómo lo podríamos diagnosticar, si fuésemos sus fisiólogos
o sus fisonomistas?
Si
pudiésemos diagnosticarlo ¿cuál es el estado de salud de un género como el
radioarte en nuestras regiones iberoamericanas?
Para
comenzar con este diagnóstico –siempre parcial-, observo en el caso del
radioarte una condición doble, dividida, sobre la que es interesante
reflexionar un poco. Por una parte, existe la radio como es, una radio que obedece a los canones que se han ido
conformando de lo que la radio debe de
ser y en donde algo como el radioarte pareciera no tener cabida ni lugar; y
por la otra, registramos la existencia de células, de pequeños organismos, de
brotes aquí y allá, siempre minoritarios, que aseveran otro rostro de la radio;
un rostro alterno en donde se constituyen espacios interesantes, como por
ejemplo éste de la Bienal de Radio. Ciertamente, gracias a órganos como el de
la Bienal se mantiene viva y presente la idea de esa otra cara de la radio, una
que prácticamente no se hace y que se contrapone al rostro usual, tradicional,
hegemónico, que constituye el grueso del cuerpo de la radio.
En
ese sentido diríamos que el cuerpo de nuestra radio tiene dos caras (tiene
muchas más, ciertamente) pero podríamos hablar de que existe una radio que
suena y otra que no suena o lo hace
muy poco, y en ella tendríamos que incluir al radioarte. O mejor dicho,
diríamos que la cara alternativa de la radio, su otra oreja, suena, pero de manera más velada y, si
cabe, más sorda; una radio que existe
pero que rara vez se deja oír en el cuadrante y cuya presencia hace patente su
ambigüa condición salubre.
Pienso
que este cuerpo doble de la radio, -este cuerpo que se desdobla y recoge-, por
una parte muestra la diversidad de las lenguas de la radio, tan diversa como el
mundo mismo, y por otra expresa la conformación hegemónica, casi totalitaria, que
promueve el predominio de unas formas discursivas sobre otras, de unos géneros
sobre otros, y de un entedimiento de su quehacer que se impone sobre otras
posibilidades de lo que es y puede ser el lenguaje de la radio.
Esto
que digo no es nuevo ni revelador. Desde los inicios mismos de la radio, los
creadores han tenido que trabajar muchas veces a contrapelo del discurso que va
imponiendo la radiofonía como un órgano reproductor de propaganda, ideología y
comunicación social. No dudo que tenga que existir una radio informativa,
social y abocada a las coyunturas de las comunidades en las que opera. Sin
embargo me produce una sensación de vacío y de ansiedad el hecho de que el
discurso radiofónico, al menos en el caso de México, sea tan uniforme y
provisto de los mismos recursos que, repitiéndose ad libitum, establecen formas de comunicación muy determinada y
basadas en esquemas muchas veces limitados.
Si
la idea de que la creatividad radiofónica se encuentra estancada y asfixiada
por los know-how de los productores,
que en cada pieza repiten y confirman el discurso oficial del cómo debe ser y a
qué debe sonar la radio; si esa idea supone un diagnóstico de enfermedad del
cuerpo de la radio, no creo que el radioarte sea un antídoto que lo alivie pero
sí una forma de acercarse al remedio.
En
mi caso al menos, el radioarte sí se convirtió en una pócima, en un ungüento
refrescante que estimuló mis músculos creativos y tonificó el funcionamiento de
mis oídos.
Recuerdo
con cariño mi primer contacto con el radioarte, el cual fue justo aquí, en la
Bienal de Radio, sólo que hace algunos ayeres. Tuve el privilegio de participar
en la Bienal desde que ésta vio la luz por primera vez, en el año de 1996,
cuando aún yo era estudiante del Claustro de Sor Juana y, por ser dicha universidad
la sede y origen de la Bienal, entusiasta me inscribí en el comité organizador,
donde mi trabajo consistía en poner y quitar las cintas de carrete abierto para
que los jueces escucharan las producciones inscritas al concurso. Eso
significaba escuchar todas las piezas, de principio a fin, y escuchar también
los comentarios de los jueces al terminar las reproducciones. Seguramente ese
momento significó la confirmación de mi fascinación por la radio como una
suerte de amorío no consumado. Y, con el fervor del adolescente enamorado,
recuerdo con nostalgia el placer y excitación que me producía el contacto con los
carretes, el sacarlos de su caja, colocarlos y enredar la cinta para que
brotara, alrededor de su spin, un
banquete acústico.
Me
fascinaron sobre todo las producciones de radiodrama y las de radioarte, las
primeras por su capacidad de proyectar la imaginación del escucha so pretexto
de un síntoma menor de la realidad, como es el sonido; y las segundas por la
sorpresa y enigma que ese lenguaje nuevo parecía contener y expedir.
Ese
encuentro, ese momento del encuentro,
que es un encuentro auditivo, siempre se mantiene en mi mente cuando tengo que
enfrentarme al quehacer artístico, pero también cuando me enfrento a escuchar
las obras de los colegas, de la gente que está trabajando en el medio experimentando
con sonido.
¿Cómo
se suscita este encuentro? ¿cómo opera y funciona el encuentro de una pieza de
radioarte con sus escuchas? Decía al inicio que si pensamos la radio como un
cuerpo, no podemos dejar de considerar a los escuchas como parte integral de
él. Y entonces pensar la salud o el diagnóstico del cuerpo de la radio -y del
radioarte- significa diagnosticar también la salud de los oyentes, la salud del
cuerpo de la audiencia, pues en ese acto de encuentro, entre un autor, una
pieza y sus escuchas, se teje el acto mágico de la radiofonía.
En
ese sentido me parece importante el considerar cómo se consuma el acto
radioartístico en el escucha, cómo el público está escuchando nuestras piezas;
qué dispositivos se hacen evidentes -más bien, audibles- cuando alguien escucha radioarte. Y de la misma manera no
podemos dejar de considerar cómo nosotros mismos como radioastas, como
radioartistas, estamos escuchando nuestras propias obras pero, sobre todo, cómo
estamos escuchando a la audiencia…
Para
hablar de esto podríamos recurrir a una reflexión un poco teórica -pero al
final práctica- justamente sobre las prácticas
del escuchar, sobre el escuchar cómo y el escuchar qué, que operan en la
escucha del radioarte.
Esto
implica asumir que el radioarte es, ante todo, un cómo escuchar. ¿Qué formas de escucha abre el discurso
radioartístico y ante qué otras formas de escucha se enfrenta?
A
mi parecer la radio hoy en día, la radio que se hace para y que escucha la
mayoría de las personas, es una radio que se ha ido conformando, que se ha ido
cubriendo de capas –simbólicas, textuales y por supuesto, aurales-, hasta el
grado en que se tejen dispositivos de
escucha que determinan de qué manera debe articularse el lenguaje
radiofónico, de tal forma que quienes hacen radio la entienden de cierta manera, y quienes la escuchan
reaccionan a ella también de cierta
manera. Y cuando estos polos (el de la producción y el de la escucha)
cierran el ciclo, conforman un bucle fono-auditivo. El dispositivo aural entra
en conexión y se reproduce a fuerza
de una repetición similar a la de un loop:
el productor hace la radio que cree que la audiencia quiere oír y la audiencia
escucha la radio que cree que es la que quiere escuchar.
¿Y
cuál es ese dispositivo aural que menciono, que construye formas específicas de
hacer la radio y qué tipo de radio y de lenguaje radiofónico produce y opera?
Si
hacemos un rápido recorrido por el cuadrante de la radio, al menos en México,
encontraremos que, en amplios porcentajes, nuestra radio está constituida eminentemente
como una radio musical y como una radio
hablada (incluidos todos sus
subgéneros: noticiero, mesa de análisis, mesa de debate, opinión, revista
etc.). ¿Y dónde quedan formas o tradiciones como las que sustenta y posibilita
el radioarte? ¿Qué clase de existencia tiene el radioarte en el cuadrante
radiofónico, incluyendo el amplio espectro que supone la radio en internet? ¿Está
el radioarte? ¿se puede escuchar radioarte?
II. El
radioarte y los dispositivos aurales
Hay
una dialéctica necesaria, pero ambigüa, entre lo que suena y lo que se escucha.
Pareciera obvio decirlo, pero no hay una equivalencia directa entre lo que suena y lo que se escucha. La escucha, en cierto sentido, es un acto vacío,
es decir, es una pura percepción o apercepción,
diría tal vez Kant; es decir, la escucha en principio es sólo la condición del
escuchar anterior a cualquier experiencia de escucha. Por tanto el acto de
escucha se concreta, se completa y actualiza, con el material que escuchamos. Nuestra
escucha se construye, se alimenta, se forma con aquello que estamos escuchando. Parece obvio decirlo pero, si
hacemos esta distinción, podríamos entonces preguntarnos: nuestra escucha
radiofónica ¿qué está escuchando?
Basta
con voltear a ver el cuadrante radiofónico (o mejor dicho, voltear a oírlo) para observar que nuestra escucha radiofónica está
escuchando principalmente dos formas discursivas (con sus múltiples variantes):
la de la radio musical y la de la radio hablada.
Por
supuesto no diría que esos dos elementos tan importantes y tan fundamentales
por sí mismos -la música y la palabra hablada-, no sean parte integral del
lenguaje radiofónico artístico o del lenguaje que supone la práctica radioartística.
Pero, definitivamente, ni la radio musical ni la radio hablada que se practica
hoy mayoritariamente son o se encuentran cerca de la práctica del radioarte.
En
ese sentido, podemos decir que el radioarte en nuestras regiones tiene dos
grandes retos: que se haga y que se escuche. Que se haga primero porque
si no se hace, no se puede escuchar, es su condición de posibilidad; repito,
peca de obvio, pero justamente se vuelve significativo detectar cómo opera esa
obviedad, porque en esas obviedades es donde se pierden o confunden los
procesos: la política de los procesos se esconde detrás de las obviedades.
El
genealogista, el arqueólogo, si es que eso quisiéramos ser de nuestro medio
radiofónico y de nuestra práctica artística, tendría que saber desentrañar las
capas aurales, como un arqueólogo que
está retirando los sedimentos de una ruina antigua, para encontrar en qué
momento ese objeto quedó depositado ahí: el objeto sonoro, en este caso, de la
práctica radioartística.
Ciertamente,
como decía al principio, se escucha radioarte en espacios como éste, el de la
Bienal, que son tremendamente saludables y que es importante seguirlos
promoviendo; pero a veces me da la impresión que concluye la Bienal y el radioarte
queda de nuevo sepultado, y que los creadores de radioarte se retiran a sus
cuevas, a sus escondrijos creativos, para comenzar a producir una nueva obra
que se pueda escuchar, de nuevo, en la siguiente Bienal. Seguramente exagero, pero vuelvo a repetir la
pregunta: ¿en dónde estamos escuchando el radioarte?, ¿dónde y cómo estamos
generando plataformas de escucha para que se produzca radioarte?
Confío
en que los compañeros de la mesa puedan aportar algunos datos sobre este tema,
no me quiero extender. Pero creo que es importante que reflexionemos como
creadores, pero principalmente como
escuchas: ¿qué estrategias, qué tácticas debería de seguir la práctica del
radioarte para ser, para encontrar un
espacio y un código de existencia, de corporalidad, para habitar un cuerpo primario
que pareciera estar ocupado por otras formas linguísticas y otros dispositivos
aurales?
Efectivamente,
para que haya radioarte primero hay que producirlo. ¿Quién está produciendo
radioarte en México? ¿qué estaciones de radio en México –o en Iberoamerica–
están ya no digamos produciendo radioarte, sino al menos familiarizadas con su
práctica y su tradición?
El
espectro se empieza a reducir inevitablemente; porque tendríamos que, de tajo, y
sin necesidad de hacer una investigación demasiado profunda, eliminar
prácticamente toda la radio comercial. No tenemos ni que ir a investigar:
simplente no hay radioarte en la radio concesionada. Por supuesto habrá que
entender que ahí se trata principalmente de un negocio y no tiene por qué
programarse algo que en principio se piensa que el público no va a aceptar…. (nótese
el bucle del dispositivo aural que aquí opera). Pero entonces luego se abre el
otro espectro: la radio permisionada, la radio pública, ¿dónde, en qué espacios
y qué artistas o productores están
haciendo radioarte en la radio pública en México? Lanzo esta pregunta con un
sincero afán de encontrar respuestas múltiples.
¿Cómo,
pues, quienes trabajan o trabajamos en radios públicas, cómo estamos detonando
o alimentando un dispositivo aural específico –el que supone cómo debe hacerse
la radio pública- y de qué manera estamos promoviendo el desarrollo de públicos
que se interesen por este tipo de contenidos?
A
mí me causa la impresión, aunque sé que en muchos casos me estaré equivocando,
que a veces la radio pública se contagia de esa sedimentación, de esa materialización
de la radio en un cuerpo atravesado por cierto tipo de discursos radiofónicos; y
entonces terminamos haciendo radio eminentemente hablada y radio eminentemente
musical en las radios públicas… No digo que esté necesariamente mal, no se me
malentienda, pero ¿cómo se están abriendo esos espacios para géneros
alternativos no sólo como el radioarte, sino como el documental sonoro, el radiofeature, el radioensayo y los
géneros de ficción sonora como el radiodrama?
Para
comprender mejor el dispositivo que aquí se articula no podemos dejar de
considerar el argumento recurrente para no producir o programar radioarte, que siempre
es, además, muy básico: “es que eso a la gente no le interesa” o “es muy
díficil o duro para el público”. O sea, a la gente no le gusta escuchar eso, le
cambian, se aburren, lo apagan… Considero que esto es algo muy sensible. A mí
esto, como creador, me preocupa muchísimo, me preocupa cómo yo puedo hacer una
pieza que alguien no apague.
A
lo mejor, escuchándome, alguien dirá: oye, estás minimizando nuestro arte. Pero
yo creo que es un reto real, creo que es
un desafío real que el público escuche una pieza de radioarte completa, ya no
digamos que se vuelva aficionado a escuchar ese tipo de contenidos.
En
la medida en que eso se lograra, que las cabezas, las gerencias de programación
comenzaran a detectar que hay una respuesta positiva de un público, podríamos
iniciar el desmantelamiento de ciertos dipositivos aurales que operan en
nuestra radiofonía. Pero sabemos que ese desequilibrio, ese cambio perceptual,
es lento y paradójicamente, díficil de ser percibido. Y en la radio hay poco
tiempo para que un proceso madure y ofrezca resultados. En la radio comercial
el tiempo se acorta exponencialmente: no hay rating, adios: ¿cómo podríamos esperar que géneros como el
radioarte producieran cotas que parecen su antítesis, como el rating?[1]
¿Cómo
podemos entonces hacer que la radio artística, que el radioarte, sean escuchados?
¿De quién es esa responsabilidad? ¿Es de los programadores, es de las
audiencias o es de los creadores? Por supuesto me parece claro que entre los
tres agentes se teje un dispositivo, como hemos venido diciendo, un dispositivo
de escucha, un dispositivo aural que lo que produce es una codificación de la
expectativa de lo que todos ellos quieren y suponen que quieren escuchar en la
radio.[2]
Es
decir, que yo prendo la radio con una expectativa y en la medida en que esa
expectativa es colmada, se cumple un ciclo de satisfacción. Prendo la radio, mi
interés es informarme, escuchar a alguien que me cuente las noticias que el
ámbito del periodismo considera importantes; me son contadas (aunque este hecho
supone cien formas distintas) y entonces se cumplimenta mi satisfacción aural,
que es principalmente la de oír para ser informado. Iguamente pasa cuando me
ponen la música que me gusta, o que creo yo que es la que me gusta gracias a
que es la que ponen[3].
Pero
entonces, si no hay esa retroalimentación en la escucha, ese dispositivo que
nos hace creer que producimos el producto que la gente quiere escuchar, es
difícil que nos despeguemos del dispositivo hegemónico. Aparece pues, con mucha
claridad, que el problema de que se escuche el radioarte es, ante todo, un problema de escucha y es un problema de
cómo conceptualizamos esa escucha.
Pero
más allá de cómo la conceptualizamos es un problema de cómo creamos la escucha. Miremos al radioartista
como un creador, un posibilitador de actos de escucha. Cuando yo decido quitar
la musiquita o quitar la perorata -que
estoy leyendo de un guión que escribió otro tipo en una oficina de redacción y
que mi trabajo como locutor es simplemente leerlo-, cuando yo rompo ese esquema
y decido poner un paisaje sonoro cualquiera, por ejemplo, o experimentar con
sonidos en medio de un discurso hablado, ese es un acto de empoderamiento que
estaría intentando introducirse en el interior del dispositivo aural para
fracturarlo o para hacerlo más flexible o dúctil.
Si
lo va a fragmentar o no, esa ya sería otra consideración interesante. Porque
también puede ser que tu pieza simplemente sea rechazada. Que salga proyectada
hacia fuera, con una fuerza proporcional al impulso que la empujó hacia un
escucha cuya expectativa tenía poco o nada que ver con lo que la pieza le
plantea, ofrece y demanda. La pregunta es: si yo interrumpo mi transmisión
habitual para abrir un espacio sonoro
que rompe con las prácticas aurales dominantes ¿qué va a pasar con el escucha,
qué va a pasar con la expectativa que tiene ese escucha ante nosotros? ¿Le va a
cambiar o abrirá un espacio de apertura en la escucha? Y con esto ya estaríamos
netamente metidos en la problemática de lo que se da en llamar “creación de
públicos”, “desarrollo de públicos”. No podemos tampoco dejar de preguntarnos:
¿cómo estamos desarrollando públicos para el
radioarte? ¿Lo estamos haciendo?
Cierro
con esto mi reflexión, que espero pueda detonar algún tipo de debate o de
movimiento al interior del dipositivo aural de nuestra radiofonía. Creo que al
final de cuentas se trata de cómo integramos este cuerpo sonoro; este cuerpo
que habitamos, que puebla y suda estas tierras con particulares expresiones
acústicas; estas regiones, con todos sus dolores, con todas sus imposibilidades,
con todas sus alegrías y con todos sus deseos.
¿Cómo
ocupamos este cuerpo y cómo lo habitamos con estos oídos?
¿Y
cuáles son, pues, nuestros oídos? ¿qué oímos escuchar?
Ocubre,
2014 / Ciudad de México
F.
Tito Rivas
[1]En ese sentido me declaro gran admirador del slogan
que Ibero 90.9, -una radio universitaria notable por su sentido de
experimentación, si bien a veces consumida por el dispositivo excesivo de la
radio musical y hablada-, articuló con gran elocuencia hace no mucho tiempo: “Más radio, menos rating”.
[2] Para abundar en la teoría que he venido
desarrollando sobre los dispositivos aurales remito a mi texto Arqueología de la escucha, 2014, en
www.pensamientosonoro.blogspot.com
[3] No quisiera que se pensara que este punto de vista
no asume la importantísima condición del radioescucha como un agente activo que
cuenta con los suficientes recursos aurales para construir su propio
dispositivo de escucha, decidiendo por él mismo si una programación le es o no
adecuada o suficiente. Entiéndase mejor mi queja justamente como la de ese
escucha insatisfecho.